COLUMNA
El bastión
Hoy siente una asfixia ante el
descalabro de aquel proyecto europeo que ha sido invadido por burócratas
corruptos, mediocres
Con 60 años muy gastados, he aquí a un ciudadano de vuelta de todo,
cabreado por la corrupción, hastiado de la política, indefenso ante la quiebra
de las instituciones, zarandeado por el rigor de la crisis económica. Puede que
sea un euroescéptico militante, pero hubo un tiempo en que Europa fue un sueño
imposible para los españoles de su generación. Hoy no piensa votar. O tal vez
sí. Ante los embates del destino ahora se enfrenta al dilema clásico: levantar
el ánimo todavía y luchar con arrojo o dejarlo correr y limitarse a soñar. Este
ciudadano sabe muy bien que pelear no siempre es cosa de valientes ni soñar
significa que seas un cobarde. Cuando Europa era un proyecto político excitante
él era muy joven. En el álbum de su memoria se ve con 19 años sentado en la
escalinata de la plaza de España de Roma junto a otros compañeros de curso en
el viaje del ecuador o fregando platos en un restaurante de Londres un verano
que fue a aprender inglés. En otra imagen está solo en París, en una callejuela
del Barrio Latino, que a las ocho de la mañana, recién regada, olía a cruasán.
Allí olió también por primera vez la libertad. Todos los jóvenes le parecían
Yves Montand, todas las chicas eran Brigitte Bardot y las parejas de enamorados
se besaban a la luz del día en los muelles del Sena. Todavía conserva llenos de
polvo los libros del Ruedo Ibérico que compró en aquella librería de un
exiliado español. Entonces cualquier viaje a Europa era iniciático. El muro de
Berlín, la discoteca Paradiso de Ámsterdam, el cielo bruñido sobre los
acantilados de mármol de Grecia, aquellas chicas que bajaban desde el corazón
de Escandinava a nuestras playas, novias de verano, que en el sexo no exigían
nada a cambio salvo sentirse libres. En efecto, él era muy joven y soñaba que
un día aquella Europa de ríos navegables, de democracia y cultura abierta, de
vacas con ojos azules, de Erasmo y de Voltaire, acabaría por sacudirnos la
caspa negra del franquismo. Hoy siente una asfixia ante el descalabro de aquel
proyecto europeo que ha sido invadido por burócratas corruptos, mediocres. Ante
el dilema de pelear o soñar, este ciudadano guarda sus últimas fuerzas para que
nadie le arrebate aquel sueño de juventud, que es su último bastión para no
sentirse derrotado.