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martes, 1 de diciembre de 2020

El nombre de las cosas...

 Lo llaman libertad pero es privilegio.

Lo que llaman libertad es que todos paguemos sus privilegios y que sus hijos no se mezclen con los hijos de la plebe. Son liberales a costa del Estado y clasistas a costa de las demás clases

Javier Gallego

23 de noviembre de 2020

@carnecrudaradio

El problema de las críticas de la derecha a la nueva ley de Educación es que son falsas. Dicen cosas de la ley que la ley no dice. Ni desaparece la Educación Especial ni queda desprotegido el español ni se coartan las libertades de nadie. ¡Libertad, libertad!, gritaban aporreando el escaño en el Congreso la semana pasada y el cláxon en la mani sobre ruedas del fin de semana. Protestan porque la Ley Celáa potencia la escuela pública frente a la concertada y elimina las cuotas obligatorias de ésta, dando pie a que ingresen hijos de familias más desfavorecidas. Lo que llaman libertad es que todos paguemos sus privilegios y que sus hijos no se mezclen con los hijos de la plebe. Son liberales a costa del Estado y clasistas a costa de las demás clases.

La educación privada no es un derecho como no lo es la sanidad privada. El Estado no tiene la obligación de pagarle el colegio o el hospital privado a nadie, sólo de proporcionar educación y sanidad pública para todos. Los conciertos nacieron porque la pública no podía absorber todos los alumnos de las Escuelas Católicas. Su función es cubrir los huecos a los que la pública no llega. Pero lo que surge como un parche, se ha convertido en norma protegida por las derechas nacionales y nacionalistas, que en la última década han aumentado un 25% su presupuesto para las concertadas quitándoselo a la pública, que sólo ha aumentado un 1,4. Quítatelo a ti para dármelo a mí.

Es muy significativo que PP, Ciudadanos, Vox, PNV y JxCat, partidos que no pueden ni verse en todo lo demás, han dejado de lado sus banderas para unirse en la defensa de la concertada. Las razones son sencillas: el 70% de los centros concertados son de la Iglesia, el otro 30% de empresas privadas, muchas de corte conservador y ultraconservador. Otro dato revelador: por comunidades, las más ricas también tienen más concertadas y las pobres, menos. Religión y dinero, ésas son sus verdaderas banderas. Las nacionales sólo las agitan para favorecer a aquéllas. No sólo financiamos intereses privados con el dinero de todos, estamos subvencionando la ideología desigual de la clase dominante.

Las concertadas aducen que le ahorran mucho dinero al Estado, pero la realidad es que son un negocio de 6.000 millones de euros al año. Ésa es la clave. Con la Iglesia y la Empresa hemos topado, querido Sancho. Nos enfrentamos a los gigantes de siempre, a un poder religioso que es más económico que sociológico, a un poder económico que es más ideológico que democrático. La misma Constitución española y los Acuerdos con el Vaticano consagran la colaboración del Estado con la Iglesia católica en materia educativa, a pesar de la aconfesionalidad de nuestra democracia.

Nuestro propio marco legal llama libertad a la desigualdad y a ella se agarra la derecha para tirarse a la calle y a los tribunales, donde intentarán derribar una ley que ha sido aprobada por mayoría con el apoyo de siete formaciones. Muchas más que la suya, que la aprobaron por mayoría aplastante sin acordarla con nadie. Ahora piden consenso, y ojalá fuera posible, pero su actitud demuestra que son palabras huecas porque buscan el choque.

Aunque se tengan que inventar las razones. No es cierto que esta ley vaya a acabar con la Educación Especial sino que los colegios deben habilitar los recursos necesarios en diez años para atender a las personas discapacitadas, como piden las asociaciones. Quien sí llevaba la supresión de la Educación Especial es Vox, que ha borrado su programa de la red para ocultarlo, mientras coge el megáfono contra el Gobierno por algo que el Gobierno no dice. La ultraderecha usando a los más débiles con fines políticos, nada nuevo.

Tampoco el español corre peligro. La denominación "lengua vehicular" que ha desaparecido de la ley, sólo figuró en la anterior del PP, en ninguna otra, por motivos simbólicos más que prácticos. El castellano está protegido por la Constitución, las comunidades tienen la obligación de enseñarlo por ley y por sentencia del Supremo y sigue siendo de lejos la lengua más hablada en Cataluña o Euskadi. Por no hablar de que Madrid con el PP puso en marcha el programa de bilingüismo en el que la lengua mayoritaria es el inglés, no el castellano. Esta ley sólo intenta igualar el uso de las otras lenguas oficiales.

Aunque el Gobierno no haya sabido explicarlo, de eso va esta ley principalmente, de proporcionar una educación más igualitaria. En ese sentido, se queda corta. Le falta ambición para proponer un modelo educativo más transformador, creativo y crítico. Le falta audacia para enfrentarse al modelo de conciertos. La crítica que podemos hacerle al Gobierno no es que limite la escuela concertada sino que no se atreva a proponer su desaparición progresiva para sustituirla por una enseñanza pública que llegue a todos, como en Irlanda, Finlandia, Alemania, Portugal o Francia donde hay entre un 100% y un 85% de enseñanza estatal. En España sólo es un 68% y somos subcampeones europeos en concertada, sólo detrás de Bélgica. Deberíamos exigir al Gobierno ser como aquellos países. Deberíamos exigir una educación igualitaria universal, no una que segregue por clases, sexos o creencias. Ésa es la verdadera libertad, la que nos hace a todos iguales.

lunes, 5 de octubre de 2020

¡Por fin!






            ...ya sólo queda restaurar la vida.

 

jueves, 10 de septiembre de 2020

HOMO ANTECESSOR Salvador Allende

 Últimas palabras, 11 de Septiembre de 1973

Seguramente, esta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las antenas de Radio Magallanes. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado director general de carabineros.

Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡No voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeño su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará esperando con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Me dirijo a ustedes, sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios clasistas que defendieron también las ventajas de una sociedad capitalista.

Me dirijo a la juventud, a aquéllos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquéllos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.

Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

domingo, 10 de mayo de 2020

Que viene el Coco...


Para mayores y pequeñitos:




sábado, 9 de mayo de 2020

DíA de EUROPA... confinada



Fue en 1950, tras las dos guerras mundiales del pasado siglo y en una Europa devastada. Conviene ahora recordar que su semilla y primer gesto fundacional fue la Declaración Schuman, propugnando el control del carbón y el acero: tan ansiados, necesarios e imprescindibles para sus belicismos, de oligarcas y plutocracias de entonces.

miércoles, 6 de mayo de 2020

DEL DiARiO "Le Monde", CONTRA UNA VUELTA A LA "NORMALiDAD"

https://elpais.com/cultura/2020-05-06/contra-una-vuelta-a-la-normalidad-la-llamada-de-200-personalidades-de-las-artes-y-las-ciencias-para-salvar-el-planeta.html

martes, 5 de mayo de 2020

lunes, 4 de mayo de 2020

miércoles, 29 de abril de 2020

UNA BUENA MANERA DE REiNiCiAR...

https://elpais.com/ciencia/2020-04-28/el-momento-clave-para-concienciar-sobre-la-segunda-industria-mas-contaminante-del-mundo.html

Adiós pasarelitis 
¿Virus idiotizante?
¿Papanatismo?
Ciao farsas 
Adiós mascaradas
Anorexia prêt-à-porter
Parodias de temporada
Tonterías las justas
Ya está bien de payasadas
De quita y pon solo quiero 
Tu voz, tus manos
El beso y la mirada.

sábado, 25 de abril de 2020

Portugal, 25 de abril de 1974


Grandôla, vila morena
Terra da fraternidade
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, o cidade...
https://youtu.be/gaLWqy4e7l

¿Diferencias? Haberlas las ha habido. Para empezar, ni de lejos han sido las de ellos tan sangrientas como por aquí. Las ha habido y las hay. Por ejemplo: para enmarcar las recientes declaraciones del jefe de la oposición, Rui Río, en apoyo incondicional al gobierno (socialista) de Rebelo de Sousa incluso con expreso comunicado a su propia militancia, apelando al patriotismo, recomendando ese apoyo y la tregua política ante la pandemia. 
Igualito que aquí, patria del encono y la crispación, paraíso de la envidia y el malevicente...
Ensoñado iberismo, lástima. 😷 

sábado, 11 de abril de 2020

'Hidden. Animals in the Anthropocene': miradas a lo que nadie quiere ver

'Hidden. Animals in the Anthropocene': miradas a lo que nadie quiere ver

https://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Hidden-Animals-Anthropocene-miradas-quiere_6_1015308470.html 




domingo, 5 de abril de 2020

HORACiO, GÓNGORA, FDEZ de ANDRADA, FRAY LUiS...

Horacio"Beatus ille" 
                       (versión de V. Cristóbal López)
1. Dichoso aquél que, lejos de ocupaciones, como la primitiva raza de los mortales, labra los campos heredados de su padre con sus propios bueyes, libre de toda usura,
2. y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos.
3. Así pues, ora enlaza los altos álamos con el crecido sarmiento de las vides, ora contempla en un valle apartado sus rebaños errantes de mugientes vacas,  
4. y amputando con la podadera las ramas estériles, injerta otras más fructíferas, o guarda las mieles exprimidas en ánforas limpias, o esquila las ovejas de inestables patas.
5. O bien, cuando Otoño ha levantado por los campos
su cabeza engalanada de frutos maduros, ¡cómo goza recolectando las peras injertadas y vendimiando la uva que compite con la púrpura,
6. para ofrendarte a ti, Príapo, y a ti, padre Silvano, protector de los linderos! Agrádale tumbarse unas veces bajo añosa encina, otras sobre el tupido césped;
7. corren entretanto las aguas por los arroyos profundos, los pájaros dejan oír sus quejas en los bosques y murmuran las fuentes con el ruido de sus linfas al manar, invitando con ello al blando sueño.
8. Y cuando la estación invernal de Júpiter tonante apresta lluvias y nieves, ya acosa por un sitio y por otro con sus muchas perras a los fieros jabalíes hacia las trampas que les cierran el paso,
9. ya tiende con una vara lisa sus redes poco espesas, engaño para los tordos glotones, y captura con lazo la tímida liebre y la grulla viajera, trofeos que le llenan de alegría.
10. ¿Quién, entre tales deleites, no se olvida de las cuitas desdichadas que el amor conlleva? Y si, por otra parte, una mujer casta, cumpliendo con su oficio, atiende la casa 
y a los hijos queridos
11. -como la sabina o la esposa, abrasada por el sol, del ágil ápulo-, enciende el fuego sagrado del hogar con leños secos un poco antes de que llegue su fatigado esposo
12. y, encerrando la bien nutrida grey en la empalizada del redil, deja enjutas sus ubres repletas; si, sacando vino del año de la dulce tinaja, prepara manjares no comprados,
13. no serán más de mi gusto las ostras del lago Lucrino, o el rodaballo o los escaros -si tronando la tempestad en las olas orientales desvió algunos hacia este mar-,
14. ni el ave africana ni el francolín jónico caerán
en mi estómago más placenteramente que la aceituna recogida de las ramas más cargadas de los olivos,
15. o la hoja de la acedera, amante de los prados, o las malvas salutíferas para el cuerpo enfermo; o que la cordera sacrificada en las fiestas Terminales, o que el cabrito arrancado al lobo.
16. Entre estos manjares, ¡qué gusto da contemplar las ovejas que vuelven rápidas al aprisco después del pasto, contemplar los bueyes cansados arrastrando con su cuello lánguido el arado vuelto del revés,
17. y los esclavos, enjambre de la fecunda casa, colocados en torno a los Lares relucientes!
18. Cuando el usurero Alfio hubo así discurseado, dispuesto a convertirse de inmediato en labrador, recogió en los Idus todo su dinero, decidido a renovar sus préstamos en las Calendas.


***************

Fray Luis de León

Oda 1. A la vida retirada


¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspe sustentado.

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.


   ***********

        Andrés Fernández de Andrada 
       "Epístola moral a Fabio"
                       (Fragmento) 
[...]
¡Pobre de aquel que corre y se dilata
por cuantos son los climas y los mares, 
perseguidor del oro y de la plata! 
Un ángulo me basta entre mis lares, 
un libro y un amigo, un sueño breve, 
que no perturben deudas ni pesares. 
Esto tan solamente es cuanto debe
Naturaleza al simple y al discreto, 
y algún manjar común, honesto y leve. 
No, porque así te escribo, hagas conceto
que pongo la virtud en ejercicio; 
que aun esto fue difícil a Epicteto. [...]
                       ****************
                  Luis de Góngora 
  "Ándeme yo caliente y ríase la gente"

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días 
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente. 

Coma en dorada vajilla 
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente, 
y ríase la gente. 

Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente. 

Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles,
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena 
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente. 

Pase a medianoche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama,
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar 
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente. 

Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada, 
do se juntan ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente. 


domingo, 29 de marzo de 2020

Un cuento breve de mi admirado Boris Vian

Boris Vian

[dibujo de Boris Vian por raschiabarile]
EL AMOR ES CIEGO
Boris Vian

El cinco de agosto, a las ocho, la niebla cubría la ciudad. Liviana, en absoluto estorbaba la respiración y se presentaba bajo apariencia singularmente opaca. Parecía, por otra parte, teñida de azul con verdadera intensidad.
      Fue cayendo en capas paralelas. Al principio cabrilleaba a veinticinco centímetros del suelo, y los caminantes no podían verse los pies. Una mujer que vivía en el número 22 de la Rue Saint-Braquemart, dejó caer la llave en el momento de entrar en su casa, y no la podía encontrar. Seis personas, entre las que se contaba un bebé, acudieron en su ayuda. Entretanto, a la segunda capa le dio por caer. Y se pudo encontrar la llave, pero no al bebé que había tomado las de villadiego al amparo del meteoro, impaciente por escapar del biberón, sentar cabeza y conocer los serenos placeres del matrimonio. Mil trescientas sesenta y dos llaves, y catorce perros, se extraviaron de tal manera durante la primera mañana. Cansados de vigilar en vano sus flotadores, los pescadores se volvieron majaretas y se fueron a cazar.
      La niebla se hacinaba en densidades considerables en la parte baja de las calles en pendiente y en las hondonadas. Formaba alargadas flechas y se colaba por las alcantarillas y los pozos de ventilación. Así invadió los túneles del metro, que dejó de funcionar cuando la lechosa marca alcanzó el nivel de los semáforos. Pero en aquel mismo momento, la tercera capa acababa de descolgarse y, en el exterior, de rodillas para abajo todo era blanquecina oscuridad.
      Los de los barrios altos, creyéndose favorecidos, se burlaban de los de las orillas del río. Mas al cabo de una semana todos estaban reconciliados y podían golpearse del mismo modo contra los respectivos muebles de las respectivas habitaciones. La niebla había llegado por entonces hasta el copete de las edificaciones más elevadas. Y si el cimbanillo de la torre fue lo último en desaparecer, el irresistible empuje de la creciente y opaca marea acabó a fin de cuentas por sumergirlo del todo.
Orvert Latuile despertó el trece de agosto después de una dormida de trescientas horas. Como saliese de una cogorza de las buenas en un primer momento temió haberse quedado ciego. Con ello no habría hecho más que rendir homenaje a los innumerables alcoholes que se le habían servido. Tal vez fuese simplemente de noche, pero, en cualquier caso, de una manera distinta. Con los ojos abiertos, sentía la impresión que se experimenta cuando el rayo de luz de una bombilla viene a dar sobre los párpados cerrados. Con mano torpe, buscó el interruptor de la radio. Emitía, pero el informativo sólo lo esclareció hasta cierto punto.
      Sin tomar en cuenta los agudos comentarios del locutor, Orvert Latuile reflexionó, se rascó el ombligo y notó, oliéndose la uña a continuación, que necesitaba un baño. Pero el amparo de aquella calígine caída sobre todas las cosas como el manto de Noé sobre Noé, como la miseria sobre el mísero mundo, como el velo de Tanit sobre Salambó o como un gato sobre un violín, le hizo colegir la inutilidad de semejante esfuerzo. Además, la tal niebla tenía un dulce aroma a albaricoque tísico que debía contrarrestar las emanaciones personales. Y por añadidura, el sonido se portaba bien y, al envolverse en aquella guata, los ruidos adquirían una curiosa resonancia, blanca y clara como la voz de una soprano lírica cuyo paladar, hundido en una desgraciada caída sobre la esteva de un arado, hubiera sido reemplazado por una prótesis de plata forjada.
      Para empezar, Orvert decidió prescindir de todos los problemas y actuar como si nada ocurriese. En consecuencia, se vistió sin dificultad, pues sus indumentos estaban colocados cada uno en su sitio: es decir, unos sobre las sillas, otros debajo de la cama, los calcetines dentro de los zapatos, y éstos, el uno en el interior de un jarrón y el otro calzando el orinal.
      —Dios mío -dijo para sí—, qué cosa extraña esta calina.
      Reflexión sin gran originalidad que le salvó del ditirambo, del simple entusiasmo, de la tristeza y de la melancolía negra, colocando el fenómeno en la categoría de las cosas sencillamente constatadas. Pero acostumbrándose paulatinamente a lo inhabitual, se fue animando poco a poco hasta el punto de decidirse a encarar determinadas experiencias muy humanas.
      —Bajo hasta casa de la portera—-se dijo— dejándome la bragueta abierta. Así comprobaremos si en realidad hay niebla, o si se trata de mis ojos.
      Como es natural, el espíritu cartesiano de todo francés le induce a dudar de la existencia de cualquier calígine opaca, incluso si es tan tupida como para nublar la vista. Y no es lo que pueda decir la radio lo que vaya a decidir la aceptación de lo chocante. La radio no dice más que majaderías.
      —Me la saco—dijo Orvert— y bajo como si nada.
      En efecto, se la sacó y bajó como si nada. Por primera vez en su vida advirtió el chasquido del primer escalón, el temblor del segundo, el grillar del cuarto, el carrasqueo del séptimo, el susurrar del décimo, el chichear del décimo cuarto, las sacudidas del décimo séptimo, el bisbiseo del vigésimo segundo y el abejorreo del pasamanos de latón, desatornillado de su sustentáculo terminal.
      Se cruzó con alguien que subía aplastándose contra la pared.
      —¿Quién va?—dijo, deteniéndose.
      —¡Lerond! —respondió el señor Lerond, el inquilino de enfrente.
      —Buenos días —dijo Orvert-. Aquí Latuile.
      Al tenderle la mano, encontró cierta cosa rígida que soltó con asombro.
      Lerond emitió una risita embarazada.
      —Perdone —dijo—, pero no se ve nada, y esta neblina es endemoniadamente calurosa.
      —Cierto —asintió Orvert.
      Pensando en su desabotonada bragueta, se avergonzó de constatar que Lerond había tenido la misma idea que él.
      —Bueno, hasta la vista —dijo Lerond.
      —Hasta la vista —contestó Latuile, desabrochando solapadamente la hebilla de su cinturón.
      Cuando el pantalón le hubo caído sobre los pies, se lo quitó, arrojándolo a continuación por el hueco de la escalera. Ciertamente, aquella calina era tan agobiante como una pichona enamorada. Y si Lerond se paseaba con su mancebía al aire ¿por qué tenía Orvert que continuar a medio vestir… ? O todo o nada.
      Chaqueta y camisa volaban poco después. Decidió conservar los zapatos.
      Al llegar al final de la escalera, golpeó con delicadeza en el cristal de la portería.
      —¡Adelante! —respondió la voz de la portera.
      -¿Hay cartas para mí? -preguntó Orvert.
      —¡Oh, señor Latuile! —se desternilló de risa la gruesa mujer-. ¡Siempre con sus chascarrillos … ! ¿Y qué, bien dormido ya … ? No quise molestarle, pero tendría que haber visto los primeros días de niebla… Todo el mundo parecía fuera de sí. En cambio, ahora… Bueno, digamos que a todo se acostumbra uno…
      Por el Poderoso perfume que lograba franquear la lacticinosa barrera, Orvert reconoció que se acercaba a él.
      —Solamente a la hora del cocido no resulta demasiado cómodo —prosiguió ella—. Pero no deja de ser divertida la nieblecita… Casi se podría decir que alimenta. Como usted sabe, yo como bastante bien… Pues bueno, desde hace tres días, con un vaso de agua y un trozo de pan me basta.
      —Va a adelgazar —observó Orvert.
      —¡Ja, ja, ja! —cacareó la portera con su risa parecida a un saco de nueces cayendo por la escalera desde el sexto piso—. Compruébelo por sí mismo, señor Latuile. Nunca me había sentido tan en forma. Incluso los melones se me están volviendo a poner en su sitio… Compruébelo, compruébelo por sí mismo…
      —Esto…, yo… —dijo Orvert.
      —Palpe, palpe, le digo que palpe.
      Y cogiendo la mano del sentenciado, la colocó sobre el remate de uno de los melones en cuestión.
      —¡Asombroso! —constató Latude.
      —Y eso que tengo cuarenta y dos años —informó la portera—. ¿Eh? ¿Quién lo diría? ¡Ah … ! y es que las que son como yo, un poquito gruesas por donde es debido, tienen esa ventaja…
      —¡Pero por todos los santos! —exclamó Orvert asombrado—, ¡Está usted desnuda…!
      —¡Claro! ¡Lo mismo que usted! —replicó ella.
      —Cierto —musitó Orvert para sí—. Brillante idea he tenido.
      —Han dicho los del arradio —prosiguió la portera—, que se trata de un aerosol cafronisíaco.
      —¡Ah … !—-dijo Latuile.
      Con la respiración entrecortada, la portera buscaba contacto. Por un instante, el hombre tuvo la sensación de que la dichosa calina le permitiría escamotearse.
      —Escuche, por favor, señora Panuche —le imploró—. No somos animales. Aunque se trate de un aerosol afrodisíaco hay que comportarse con mesura.
      —¡Oh, oh! —se limitó a decir la señora Panuche con voz jadeante, mientras se servía de las manos con precisión nada mesurada.
      —¡Está bien! -dijo finalmente Orvert con dignidad—. Arrégleselas como pueda. Yo no quiero saber nada.
      —Oiga —murmuró la portera sin perder su presencia de ánimo—, el señor Lerond es mucho más amable que usted. Con usted, según parece, es una quien tiene que hacerlo todo.
      —Escuche —le dijo Latuile—. Acabo de despertarme hoy. Por lo tanto, me falta entrenamiento.
      —Descuide, le enseñaré —aseguró la portera.
      A continuación ocurrieron cosas sobre las que será mejor echar el piadoso manto de este desdichado mundo como sobre las miserias de Noé, de Salambó y el velo de Tanit en la encerrona.
      Orvert salió muy vivaracho de la portería. Una vez en la calle aguzó el oído. En efecto, se echaba en falta el ruido de los automóviles. Pero, en su defecto, se dejaban oír innumerables canciones. Y las risas chisporroteaban por todas partes.
      Un poco aturdido, se adentró algunos pasos en la calzada. Sus oídos no estaban acostumbrados a un horizonte sonoro de tal profundidad y se sentía un algo extraviado. De repente se percató de que estaba pensando en voz alta.
      —¡Dios mío! —decía—. ¡Una niebla afrodisíaca!
      Como se puede ver, sus reflexiones sobre el particular habían progresado poco. Pero es preciso ponerse en el lugar de un hombre que duerme durante once días y que despierta en medio de una oscuridad total, complicada además por una especie de generalizado y licencioso envenenamiento, para constatar que su obesa y ruinosa portera se ha transformado en una valquiria de senos puntiagudos y abundantes, en una ávida Circe en su antro de placeres imprevistos.
      —¡Caramba! —dijo todavía Orvert para precisar algo más su pensamiento.
      Y dándose cuenta de repente de que estaba a pie firme en la misma mitad de la calle, sintió miedo y retrocedió hasta la altura del muro, bajo cuya cornisa caminó a lo largo de un centenar de metros. A esa distancia se encontraba la panadería. Como una dietética estrictamente aplicada le constreñía a consumir algún alimento después de cualquier esfuerzo físico notorio, entró en ella para procurarse un panecillo.
      Una gran algazara parecía reinar dentro del establecimiento.
      Orvert era hombre de pocos prejuicios. Pero cuando comprendió lo que exigía la panadera de cada cliente y el panadero de cada clienta, sintió cómo se le erizaban los cabellos en la cabeza.
      —¡Por todos los diablos! ¡Si le doy un pan de dos libras —estaba diciendo aquélla— tengo derecho a exigir de usted un formato equivalente!
      —Pero señora… —protestaba la aguda voz de un viejecillo en quien Latuile reconoció al señor Curepipe, anciano organista de la iglesia del muelle— pero señora…
      —¡Y usted es el que toca el órgano de tubos! —exclamó la panadera.
      El señor Curepipc se enfadó.
      —¡Ya le enseñaré yo a reírse de mi órgano! —dijo amenazadoramente dirigiéndose con paso apresurado hacia la salida, pero ante ésta estaba Latuile, a quien el choque cortó la respiración.
      —¡El siguiente!—ladró la panadera.
      —Quisiera un pan… —dijo Orvert con esfuerzo, dándose masaje en el estómago.
      —¡Un pan de cuatro libras para el señor Latuile!—vociferó la expendedora.
      —No, no…—gimió Orvert—. Apenas un panecillo…
      — ¡Grosero! —le espetó la tahonera.
      Quien, dirigiéndose a su marido, dijo a continuación:
      —¡Oye, Lucien, ocúpate de éste! ¡Así aprenderá lo que es bueno!
      Los cabellos se le volvieron a erizar a Orvert sobre la cabeza. Y al emprender la huida a toda pastilla, fue a darse de lleno contra la luna del escaparate, que resistió.
      Recorriéndola por completo, consiguió salir finalmente. En la panadería la orgía continuaba. El aprendiz se ocupaba de los niños.
      —¡En fin, caramba!— refunfuñaba Orvert en la acera—. ¿Qué pasa? ¿Y si a uno le gusta elegir, qué? ¡Pues menuda boca de horno ha de tener la tal panadera…!
      A continuación le vino a la cabeza la repostería cercana al puente. La dependienta tenía diecisiete años, la boquita de piñón y un coqueto delantalillo estampado… Quizá en aquel momento no llevase más que el delantalillo…
      Sin pensarlo dos veces, partió a grandes zancadas hacia dicho establecimiento. En tres ocasiones al menos tropezó con amasijos de cuerpos entrelazados de los que ni siquiera le interesó detenerse a descubrir las respectivas composiciones. Pero, en uno de los casos, el conglomerado, como mínimo, se componía de cinco palmitos.
      -¡Roma! -se limitó a farfullar-. Quo Vadis? ¡Fabiola! Et cum spiritu tuo!, ¡Las orgías!, ¡Oh!
      Había cosechado de su contacto con la luna del escaparate un chichón de los mejor puestos y se frotaba la cabeza. Lo que no le impedía precipitar la marcha, pues determinada presencia que participaba de su persona, pero que le precedía a mucha distancia, le incitaba a llegar a la meta lo antes posible.
      Cuando creyó que ya se acercaba al objetivo, optó por caminar junto a las fachadas de las casas para guiarse por el tacto. Por el redondo disco de contrachapado sujeto con pernos, que mantenía en su sitio una de las rajadas cristaleras pudo reconocer el establecimiento del anticuario. Dos números más allá, la repostería.
      De repente topó con todo el cuerpo con otro que, inmóvil, le daba la espalda. Sin que pudiera evitarlo, se le escapó un grito.
      —¡No empuje! —le respondió una voz profunda—. Y apresúrese a separar esa cosa de mis posaderas, si no quiere que le parta ahora mismo la cara.
      —Esto… yo… ¿No pensará que … ? -dijo Orvert.
      Y giró a la izquierda para salvar el obstáculo.
      Segundo choque.
      —¡Qué le pasa a éste? —se interesó una segunda voz de hombre.
      —¡A la cola, como todo el mundo!
      Siguió el estallido de carcajadas.
      —¿Cómo? —acertó a decir Orvert.
      —Está claro —explicó una tercera voz—. Seguro que viene en busca de Nelly.
      —Así es —balbuceó Orvert.
      —Está bien, pues póngase en la cola —prosiguió el hombre—. Somos unos sesenta ya.
      Orvert no respondió. Sentía el corazón desgarrado. Volvió a ponerse en camino sin esperar a averiguar si ella llevaba o no su delantal estampado.
      Tomó por la primera a la izquierda. Una mujer venía, precisamente, en sentido contrario.
      Tras el choque quedaron, cada uno por su lado, sentados en el suelo.
      — Perdón -dijo Orvert.
      —La culpa es mía —respondió la mujer—. Usted circulaba por su derecha.
      —¿Puedo ayudarla a levantarse? —se ofreció Orvert—. Está usted sola ¿no es así?
      —¿Y usted? —preguntó ella a su vez—. ¿No estarán a punto de echárseme encima cinco o seis de una vez?
      —¿Seguro que es usted una mujer? —continuó Orvert.
      —Compruébelo usted mismo -le contestó ella.
      Se habían aproximado el uno al otro, y el hombre pudo sentir contra su mejilla el contacto de unos cabellos largos y sedosos. Ahora estaban de rodillas y de frente.
      —¿Dónde encontrar un lugar tranquilo? —preguntó Orvert.
      —En el centro de la calzada —dijo la mujer.
      Lugar hacia el que se dirigieron, tomando como referencia el bordillo de la acera.
      —La deseo —dijo Orvert.
      —Y yo a usted -dijo la mujer—. Mi nombre es…
      Orvert la cortó.
      —Me da lo mismo —dijo—. No quiero saber nada más que lo que mis manos y mi cuerpo me revelen.
      —Proceda —le animó la mujer.
      —Naturalmente -constató Latuile— va usted sin ropa alguna.
      —Igual que usted —respondió ella.
      Dicho lo cual, se estrecharon el uno contra el otro.
      —No tenemos ninguna prisa —prosiguió la mujer—.Comience por los pies y vaya subiendo.
      A Orvert le extrañó la proposición. Se lo dijo.
      —De tal manera, podrá ser consciente de todo —explicó la mujer—. No tenemos a nuestra disposición, como usted mismo acaba de constatar, más que el instrumento de investigación que significa nuestra piel. No olvide que su mirada no puede atemorizarme. Su autonomía erótica se ha ido al traste. Seamos francos y directos.
      —Habla usted muy bien —dijo Orvert.
      —Leo siempre Les Temps Modernes —informó la mujer—. Venga, comience de una vez con mi iniciación sexual.
      Cosa que Latuile no se privó de hacer reiteradas veces y de diversas maneras. Ella mostraba indudables condiciones, y el terreno de lo posible es muy amplio cuando no hay temor a que la luz se encienda. Y además, eso ya no se usa, después de todo. Las enseñanzas que le impartió Orvert a propósito de dos o tres truquitos nada desdeñables, y la práctica de un empalme simétrico varias veces repetido, acabaron infundiendo confianza en sus relaciones.
      Y allí llevaron, de tal modo, la vida sencilla y regalada que hace a los humanos semejantes al dios Pan.
Al cabo de un tiempo, la radio anunció que los sabios estaban constatando una regresión regular del fenómeno, y que el espesor de la niebla aminoraba de día en día.
      Como la amenaza era de consideración, se celebró gran consejo. Muy pronto se encontró una alternativa, pues el genio del hombre nunca deja de sorprender con sus mil facetas. Y cuando la niebla se disipó, según indicaron los aparatos detectores especiales, la vida siguió felizmente su curso pues todos se habían hecho arrancar los ojos.

lunes, 10 de febrero de 2020

Rítmica Manual

Otro rememberrr,

UN mi MÉTODO QUE FUNCIONA.

Idóneo para el aula. Muy fiable y económico sistema para visualizar, tratar y comprender las más importantes células rítmicas.

-DiVERSiDAD DE TRATAMiENTOS: Dictados, ear training... Con las manos colgando, que se vean bien. 
Para silencios:  anillosdedales, o encoges los dedos. Si querís más, el siguiente capítulo versa sobre su otra muy notable utilidad para trabajar y visualizar intervalos...

jueves, 6 de febrero de 2020